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El abanico de las mil caras

Abanicos hay muchos, y su presencia en Europa y, sobre todo, en tierras españolas ha sido contundente y trascendental para la historia de nuestra sociedad. Sin embargo, existe una tipología de estos artilugios considerados valiosos y lujosos que fueron bien recibidos en la España decimonónica, se trata del abanico de las mil caras.

También conocidos como abanicos mandarines o cantoneses, deben su nombre al estilo exclusivo de sus decoraciones. Mandarín, es un término empleado para hacer referencia a los funcionarios oficiales de la China Imperial. Por si no lo sabes, estos artículos fueron pensados para ser exportados a través del puerto de Cantón hacia la ruta del mercado europeo. Un objetivo que se logró gracias a la primera circunnavegación que permitió establecer conexiones comerciales entre Asia, América y Europa.

Pero, ¿qué hace del abanico de las mil caras un objeto con tanto peso histórico? Aquí te contamos los detalles.

Presencia del abanico de las mil caras en la cultura española

Es bien sabido que esta conexión entre los tres continentes abrió paso a un sinfín de mercancías para exportación hacia Europa, incluyendo varios tipos de abanicos. No obstante, fue en plena mitad del siglo XIX cuando las damas europeas amantes de la moda y la exclusividad, sintieron atracción por la extravagancia de los abanicos de las mil caras.

En concreto, la presencia del abanico de las mil caras en la sociedad española fue la evidencia más palpable del intercambio cultural y comercial de los dos mundos. Por supuesto, para muchos puede resultar un evento superficial de aquella época donde las europeas estaban maravilladas con las excentricidades de la cultura oriental de cara a sus paisajes, arquitectura, maquillajes o peinados; no obstante, es un hecho históricamente significativo al punto de ser expuesto por el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla con sus 8 ejemplares que ponen de manifiesto el valor artístico e histórico del mundo oriental y que se ha plasmado de forma minuciosa en esta serie.

Abanicos de las mil caras y su propio lenguaje

Los abanicos de las mil caras son todo un arte digno de admiración, y con razones justificables. Los relatos expresados a través de sus pinturas son capaces de dejar ver batallas, conflictos, hechos históricos, tradiciones y hasta relatos cortesanos; sin duda, evidencian un lenguaje único y simbólico arraigado a su propia cultura y contado a través de los colores de sus pinturas.

Entre las características más resaltantes de los abanicos de mil caras podemos hacer mención a:

Su varillaje

Ya sea en madera de bambú, sándalo, nácar, marfil o carey, el tallado de esta tipología de abanicos es minuciosamente trabajado. A simple vista, se observa un lacado donde predominan detalles densos en colores dorados y, en algunos casos, en tonos rojos.

El país

El país es una de las partes más cautivadoras del abanico de las mil caras, y con razones justificables. Se trata de un papel que ha sido pintado de forma elaborada y vistosa donde se aprecian formas humanas de pequeñas dimensiones. Un detalle particular de este abanico es que el rostro de las imágenes se elabora con marfil muy fino donde se pueden apreciar sus delicados rasgos faciales pintados a mano.

La vestimenta de estas figuras humanas son las típicas de los mandarines, con túnicas largas que, en este caso, han sido elaboradas en láminas de seda con detalles delicados y minuciosos que evidencian los trazos de la pintura a mano.

Cabe destacar que el país de este abanico tiene dos caras; en concreto, en una se hace alusión a las figuras humanas, y en la otra pueden haber representaciones de pueblos chinos y otros motivos ornamentales como flores o pájaros.

Abanico de mil caras: Un objeto lujoso con con gran influencia en nuestra cultura

Durante el último tercio del siglo XIX, los abanicos de las mil caras se consolidaron como objetos suntuosos, que despertaron la ambición de coleccionistas y demás personas interesados.

Y es que, se trataba de un objeto que, a pesar de ser una viva representación de la cultura China, sirvió como atractivo para tocar la fibra de la curiosidad de los occidentales hacia esta cultura cuyas historias eran contadas a través del preciosismo de sus pinturas plasmadas en estos abanicos.

Hoy en día, los abanicos de mil caras se preservan como objetos de valor en varios de nuestros museos; son símbolo vivo de ese mestizaje que sirvió para que desde occidente pudiéramos hacer más tangibles nuestros conocimientos sobre los pueblos orientales.

Este mismo intercambio cultural a través de la exportación de productos desde Asia a Europa trajo a nuestras tierras los recordados mantones de China o de Manila que se volvieron populares entre las damas de la sociedad española del siglo XIX. La alta demanda de esta especie de chal con ostentoso preciosismo sirvió de punto de partida para que España diera el primer paso hacia la fabricación de sus propios mantones específicamente en Sevilla.

Con el paso del tiempo, su producción se extendió a otras regiones de nuestra tierra donde ahora sus delicadas y minuciosas representaciones ya no hacían mención a la cultura oriental, sino a nuestras propias tradiciones y raíces españolas.

En síntesis, el abanico de las mil caras representa ese puente que permitió conectar y establecer lazos entre dos civilizaciones lejanas que hasta entonces eran inexistentes entre sí. Por eso, hoy por hoy es uno de los objetos foráneos cuya asimilación ha sido determinante para nuestra cultura.

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Aquella pequeña empresa que naciera al abrigo de un selecto público para el cual se elaboraban piezas de la más pura artesanía, es hoy un ente que opera a escala internacional dividiendo su producción entre Asia y Europa, y que exporta sus productos a países de los cinco continentes y un público cada vez más diverso.

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